El martes tuvimos tres pases (a uno de ellos nos presentamos con las maletas porque teníamos reserva en un hotel distinto y no nos daba tiempo a cambiar los bártulos de sitio). Tras uno de los pases acudimos a un bar con las paredes repletas de fotos de Springsteen. La camarera, al saber el motivo por el cual estabamos allí nos trató con una amabilidad increíble, compartimos historias de fans y nos consiguió un par de pósters.
La noche del martes la empleamos en ir a un concierto benéfico tributo a Springsteen que ofreció George Mileson para ir calentando motores, no si antes hacer migas con el guardia de seguridad del casino de Gijón (que hasta llego a decirnos por lo bajinis que el chófer de Springsteen estaba dejándose los cuartos en el casino... y que el señor no entendía ni papa de español). Lo recaudado con las entradas del concierto de George iba destinado a ayudar a niños con cáncer, al igual que su disco tributo, Leap Of Faith. ¿Cómo no iba yo a comprar el disco? El concierto fue genial. George, armado con su guitarra acústica y unas cuantas armónicas nos deleitó con las canciones que le habían pedido vía Facebook y terminamos todos encantadísimos. Al terminar el concierto nos pidió que nos quedásemos un rato a tomarnos algo y charlar un poco, así que así lo hicimos. Compramos su disco y salimos de allí con los discos firmados, un puñado de besos y abrazos, fotos, una charla más que agradable y una sonrisa de oreja a oreja. Ese concierto no nos pudo dejar mejor sabor de boca. Ya estoy deseando volver a ir a uno de sus conciertos.
Y el miércoles... día D, o B, o el día que Gijón se convirtió en La Tierra Prometida. Primer y último pase a las 10 de la mañana. Ya no nos podíamos mover de allí.Una hora más tarde nos meten en una zona vallada a unas 1000 personas, mal asunto para hacer visitas al baño y demás. Pero me cuidé de beber el agua justa para no tener que estar echando viajecitos cada dos por tres. En la cola conocí a una familia catalana, una inglesa (justamente la del niño que subió al escenario a echarle agua a Springsteen), una señora americana que nos contó sus aventuras en conciertos anteriores y unos gallegos detrás. Es increíble el buen rollo que hay en esos momentos. Incluso en la cola del baño estuve hablando con la gente y flipaba con la chica que me contaba que estuvo en tres conciertos de Springsteen en New Jersey. Me encantan esos momentos, cuando sabes que hay otra persona que siente lo mismo que tú cada vez que escucha a ese hombre cantar, gente cuya banda sonora es un disco de Springsteen y que no le importa pasar 10 horas al sol para poder rozarle con la punta de los dedos durante una milésima de segundo para comprobar si es de verdad.
Cerca de las 4 de la tarde pasaron los de la organización
(Greg, vaya) a ponernos un sello en la mano, no sé muy bien por qué. A las 5 nos ponen las pulseritas (Greg, otra
vez, ese americano que siempre responde con un gracias a otro gracias) y nos
meten en un redil aún más pequeño. Desde
las 10 de la mañana nos tuvieron bajo un sol de justicia sin podernos casi
mover. Raro fue el que no terminó con los brazos quemados.
Seis de la tarde, hora de la apertura de puertas. Sentadas en nuestro sitio, tercera fila al
lado de la primera plataforma lateral, socializamos un poco más con
la gente que había cerca. Un gallego de Santiago que iba al concierto de París,
una chica diciéndome que antes de que terminase el concierto ya estaría
deseando repetir eso de volver a estar en el Pit y que no me preocupase por los
empujones, que al final la gente se calma. Conocí la historia de una familia
que llevaba más de 50 conciertos a sus espaldas (y que me ofreció comida y
todo), llevaban desde el 88 asistiendo a todos los conciertos de Springsteen a
los que podían, sus hijos se habían criado con esa música y la disfrutaban
tanto o más que sus padres. A mi esto me
despierta una admiración y una envidia (sana) enorme, ojalá mis padres hubiesen
sido así, ojalá yo, algún día pueda ser así.
No hubo pre-show y a mi me entraban ganas de ir al baño
justo cuando alguien gritó y se produjo una avalancha humana, aun se desconoce
el motivo, pero si no me llego a poner en pie me arreglan el cuerpo a base de
bien. Decidí armarme de valor e ir al baño tras una chica con una camiseta roja
que estaba detrás de mi… Ni que decir tiene que la perdí antes de echar a andar
y que encontró su sitio antes que yo, eso sí, al llegar estaba ella y todos los
que tenía al lado llamándome valiente por haber sido capaz de volver a mi
sitio. Esas cosas molan y ya está.
Empieza el concierto con My Love Will Not Let You Down
canción que muchos conocen como “Lololo loló lololó” y canción que el público
parecía cantarle a Springsteen y a toda la E Street Band. Tres horas y media de
saltos, voces, emociones y algún que otro empujón. Puedo decir que tuve a Bruce
tan cerca que puedo afirmar que es de verdad. Siempre he dicho que si voy a un
concierto y no llevo una cámara encima no lo disfruto… Springsteen me ha
demostrado una vez más que me equivocaba. Llegó un momento en el que después de
que el pobre hombre que tenía delante se llevase a casa tatuado el objetivo de
mi cámara en su espalda dije “basta, estoy hasta las narices de estar ajustando
que si el diafragma, que la si obturación, el ISO y la madre que los parió,
quiero disfrutar de lo que tengo delante” y dejé de sentir la necesidad de ver
medio concierto a través de la pantalla de mi cámara. Algo que hasta ese
momento había sido siempre impensable para mí. Estar allí en la zona del Pit es
algo enorme, si Bruce canta una canción y miras a la persona que tienes al lado
aunque no la conozcas de nada sabes que es lo que está sintiendo, sabes qué es
lo piensa, cruzáis una sonrisa de complicidad y cada uno a lo suyo.
El
recopetín llegó al final, después de una juerga increíble con Twist and Shout y
un rato después de tocar la tan ansiada Drive All Night, Bruce y la E Steet
Band se despedían definitivamente… Entonces Bruce se paró en seco, se quedó
pensativo por unos segundos, se dio la vuelta, enganchó la guitarra acústica y
la armónica nos dijo lo mucho que nos quería (si nosotros pudiésemos contarte,
jefe…) por estar allí estando las cosas tal y como están, dedicó la canción a
Cáritas (o Caritas según él) y empezó a sonar Thunder Road. Lloré como una
imbécil. No podía cantar con él, no podía moverme, sólo podía estar ahí,
mirándole cantar mi canción. Porque mira, lo siento, pero esa canción era para
mi y para nadie más. Me atravesó y me partió el alma en mil y eso solo puede
hacerlo una canción especial, tu canción. Al terminar el concierto una mujer a
mi lado (con la que bailé el Twist & Shout y que llegó a mi lado tras el
último empujón cuando Bruce se acercó hacia nuestra plataforma y yo ya estaba
en segunda fila) al verme llorando me abrazó y me dijo “es admirable lo tuyo.
Te estaba mirando desde ahí detrás y te las sabes todas. Es increíble la
capacidad de este hombre para transmitir tanto con una canción.” Le comenté que
esa era MI CANCIÓN y que incluso la llevo tatuada y la mujer con los ojos algo
brillosos me dijo: "ese es el regalo que Bruce te ha hecho esta noche. Esa
canción es tuya y la ha cantado para ti y para nadie más. Quédate con eso,
quédate con ese sentimiento” y, claro, volví a echarme a llorar y ella volvió a
abrazarme y a decirme lo encantada que estaba por haber coincidido conmigo. Me
sentí tan orgullosa de mi canción, de tener el privilegio de poder llevarla
conmigo allá donde vaya… Ojalá algún día vosotros seas capaces de sentir todo
eso que sentí yo, porque no puedo describirlo y aunque pudiese no lo
entenderíais.
El concierto terminó y fuimos en busca de la gente que organizaba nuestra lista del pit para darles las gracias, hablar un poquín y hacernos la foto de rigor.
Puedo decir que Bruce lo ha vuelto a hacer, me ha vuelto a dar una razón para creer y, además, un Thunder Road acústico. Aunque me haya visto a mi misma arrastrando el ojete por todo el aparcamiento del Molinón durante más de ocho horas, me haya quemado y haya descansado poco y mal no me escucharéis quejarme, porque todo esto ha merecido la pena y sus más de 800 kilómetros. Springsteen nunca defrauda y repetiré en cuanto me sea posible, por supuesto. Sé que sale caro, pero cada vez que pago 80 euros por una entrada sé que disfrutaré como si valiese 800 y que merece la pena todo con tal de estar allí. Y es que, simplemente, las canciones del Boss no se escuchan, se sienten.
1 comentarios:
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